Juan Francisco Martín Seco
El pensamiento único reinante nos ha hecho creer que la caída del muro demostró la superioridad del sistema capitalista sobre el socialista, identificando al primero con la ortodoxia neoliberal y al segundo con los regímenes comunistas de Europa del Este. Pero lo cierto es que si las economías del socialismo real han podido fracasar, mucho antes y de forma más estrepitosa lo había hecho el neoliberalismo económico, siendo de ello la manifestación más clara la crisis del año 29, de manera que los países occidentales no tuvieron más remedio que superar el sistema capitalista clásico tal como se conocía en el siglo XIX, para configurar economías mixtas en las que las empresas privadas coexisten con un sector público activo y fuerte. Ha sido este sistema, conocido como Estado social, y no el liberalismo económico, el que, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, se ha impuesto y ha desplazado a los sistemas de economía centralizada.
A pesar de la fuerte ofensiva desatada a partir de los años ochenta, y de la consiguiente reducción del sector público, éste, aun en los Estados más liberales, mantiene hoy por hoy un tamaño considerable y un número elevado de funciones. Es más, los más fervorosos neoliberales son los primeros en reclamar la ayuda del Estado cuando la necesitan y en querer subordinar el sector público a los intereses empresariales. De esa mezcla entre lo público y lo privado nace el tráfico de influencias, una de las principales lacras de la democracia moderna.
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