Lo importante, el dinero
Javier Ortiz
Público
Quienes quieran enterarse de la clase de defensor de la economía del Estado que puede ser Manuel Pizarro deberían releer lo que afirmó en una conferencia que pronunció en el Club Siglo XXI hace apenas un año. La frase que más llamó la atención de los medios de comunicación entonces fue:”Me hace gracia que algunos quieran mezclar con la patria algo tan importante como el dinero”. ¿Bonita, verdad?
La tesis que de manera tan burda defendió entonces el desenvuelto y dicharachero Pizarro es que a cualquier persona sensata, trabaje para el Estado o para un negocio privado, lo único que debe preocuparle es hacer caja, vendiendo lo que sea. Él dio ejemplo, poniendo muy oportunamente en el mercado sus propias acciones de Endesa, aprovechándose –dicen las malas lenguas– de la información privilegiada que poseía.
Propugnó que el Estado debía vender a E.on su paquete de acciones de la eléctrica para obtener un buen mordisco. ¿Intereses estratégicos? ¿Mantener un cierto control público sobre la industria energética local? ¡Paparruchas! Money, money, money!
Este señor sabe de especular en Bolsa. Es posible incluso que sepa cómo se gestiona (desde el punto de vista financiero, sobre todo) una gran compañía eléctrica. Lo que es evidente es que ni sabe ni le importa saber cómo deben organizarse los presupuestos del Estado pensando en la mayoría y en el mañana. Y que tampoco tiene ni idea de cómo pueden (o no pueden) organizar sus economías las familias (o las personas que viven solas) con recursos mínimos.
Él ha decretado el dogma: “El buen padre de familia –dice, dando al asunto un revelador toque patriarcal– debe ahorrar más y gastar menos”.
¿En qué mundo vive este personaje? ¿No sabe que en España hay la tira de gente que, afinando al céntimo, no llega a fin de mes? ¿Que su único modo de gastar menos sería declararse en huelga de hambre? ¡Ahorrar! ¿Pero de qué va?
Pizarro es el típico personaje del establishment para el que, desde tiempo inmemorial, “la calle” es ese espacio que uno recorre desde que baja del coche cuando el chófer le abre la puerta hasta que le franquean la entrada en el restaurante de lujo.
Anda y que le den.
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