Juan Francisco Martín Seco
Vaya por delante mi agradecimiento a Miguel Sebastián. Sus colaboraciones en el diario El Mundo son una fuente inagotable a la hora de inspirarme temas y argumentos para mis artículos. Sus escritos constituyen un buen ejemplo de lo que podemos llamar economía ficción, conjunto de verdades a medias —y no olvidemos que éstas casi siempre terminan por resultar las más peligrosas de las mentiras— orientadas a demostrar una tesis preconcebida, tesis que, ¡oh, milagro!, siempre está sesgada hacia la derecha.
Hace algunas semanas (domingo 20 de enero) encabezaba su colaboración con el título: “Rajoy descubre el impuesto de sociedades”. Iba ello a propósito de los cinco puntos que el líder del PP ha prometido bajar en el tipo de este gravamen. Lo lógico sería pensar que el artículo, escrito por quien se define de izquierdas y ha sido candidato del PSOE en las elecciones pasadas, se dedicaría a criticar la medida; pues nada más lejos de la realidad, la crítica dirigida al PP era por no haber acometido tal reforma en sus ocho años de gobierno.
Para respaldar su tesis, el señor Sebastián nos obsequia con un gráfico en el que se representa año por año, desde 1995 hasta el 2008, la diferencia existente entre el tipo del impuesto de sociedades en nuestro país con respecto al tipo medio resultante en la OCDE. Según estos datos, desde 1995 a 1999 el diferencial era negativo, es decir, nuestro tipo era inferior al de los otros países. A partir de este último año el diferencial se invierte, hasta que en el año 2006 nuestro tipo supera al de la OCDE en seis puntos. Como el mismo señor Sebastián afirma, esta modificación en la situación relativa no obedece a cambios fiscales en el tributo español, sino a que los otros países han variado el suyo. Y esto es lo que reprocha al PP, que en sus ocho años de gobierno no hayan seguido la misma tendencia y no hayan reducido el tipo impositivo, de modo que haya tenido que ser el Gobierno del partido socialista el que, en el 2006, lo redujese cinco puntos y que vaya a ser el gobierno del partido socialista, augura el ex candidato a alcalde de Madrid, el que continuará reduciéndolo en el futuro. Y es que, para el señor Sebastián, estas reducciones son el compendio de todos los bienes sin mezcla de mal alguno.
Lo primero que habría que preguntarse es el detalle por países. La OCDE, al igual que la UE ampliada, es un conglomerado muy heterogéneo y por lo tanto la media no viene a ser muy representativa, y desde luego lo son menos los únicos casos particulares que el señor Sebastián cita, Irlanda, Bulgaria o Chipre. Pero es que, además, cualquier persona un poco versada en materia fiscal sabe que en un tributo el tipo nominal dice muy poco y que lo importante es el tipo efectivo, es decir, el que resulta después de haber tenido en cuenta todas las deducciones, desgravaciones y exenciones fiscales previstas. Cuando se analiza el impuesto de sociedades español se comprueba las múltiples modificaciones introducidas desde 1991 que, poco a poco, han ido vaciando de contenido el impuesto, de manera que se ha abierto una profunda brecha entre el tipo nominal y el tipo efectivo, sobre todo si tomamos en consideración la extraordinaria deducción por doble imposición aprobada en 1991 que compensa con creces, al menos para los nacionales, en el impuesto sobre la renta de personas físicas lo tributado en el de sociedades.
El señor Sebastián fundamenta la bondad de la medida en la virtualidad que esta tiene para atraer inversión y capital extranjeros. El argumento, desde luego, no es muy original y hace tiempo que se emplea por todos aquellos que pretenden desmantelar el Estado social y retornar al liberalismo salvaje del siglo XIX. Puesto que el capital puede moverse libremente, impone sus condiciones: eliminación de todo tipo de impuesto a las empresas y al capital, reducción de los salarios y de los derechos de los trabajadores.
No obstante, las cosas no son tan mecánicas como nos quiere hacer creer el señor Sebastián. Precisamente nuestro país, que según él ha mantenido en los últimos diez años una desventaja comparativa en el tipo del impuesto de sociedades, ha sido de los que más ahorro exterior han atraído, aunque solo sea por la necesidad de compensar el desmesurado déficit de nuestra balanza de pagos. Y es que son muchas las variables que influyen en la inversión extrajera y más importante que el impuesto sobre el beneficio es el beneficio mismo, y es evidente que éste en España ha alcanzado niveles muy suculentos para la mayoría de las empresas, solo hay que ver cómo ha evolucionado en estos años la distribución de la renta, totalmente favorable al excedente empresarial y en contra de la retribución de los trabajadores.
El señor Sebastián, como buen profesor, nos cita uno de esos trabajos académicos fruto de laboratorio que cree que la pluralidad de la sociedad se puede modelizar. Así, en el cúmulo del disparate llega a cuantificar que la actividad económica aumenta anualmente y de forma permanente el 1,1% por cada diez puntos que se reduce el tipo del impuesto de sociedades. Y para cerrar el círculo afirma que, como consecuencia de ese incremento de actividad, la recaudación fiscal no se reduciría. Al tener noticia de estudios tan concienzudos uno no puede por menos que acordarse de Jamess Usser, arzobispo de Armagh, Irlanda, que allá por 1650, estimó con toda precisión, también desde su gabinete de estudios, que el mundo había sido creado el mediodía del 23 de octubre del 4004 a. J.C.
Todos esos análisis económicos teóricos parten del mismo error: tomar en consideración exclusivamente algunas variables suponiendo que las demás permanecen constantes; pero éstas, al igual que afirmaba Galileo de la tierra, se mueven. Todos los que basan la competitividad de la economía en la reducción de impuestos o en la flexibilidad del mercado laboral, lo que es sinónimo de menores salarios, se olvidan o quieren olvidarse de que los otros países pueden reaccionar a su vez de la misma manera, neutralizando cualquier efecto, ni entrada de inversión extranjera, ni incremento de la actividad, el único resultado que se produce es una carrera hacia el infinito, o más bien hacia cero, pues en eso quedarían con esta filosofía todos los impuestos progresivos.
Parece ser que los señores Sebastián y Rajoy han descubierto la importancia del impuesto de sociedades, aunque yo lo que creo que de verdad han descubierto es la importancia de que el impuesto no tenga importancia. Hace ya muchos años, allá por 1986, con la firma del Acta Única algunos ya pusimos sobre la mesa la gravedad que tendría asumir la libre circulación de capitales sin una previa harmonización fiscal, lo que conduce inevitablemente a que impuestos como el de sociedades, el de sucesiones, el de patrimonio o el gravamen sobre el capital dejen de tener importancia como ahora quieren convencernos desde partidos antagónicos, aunque los dos en la derecha, tanto el señor Sebastián como el señor Rajoy.
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